Por Carla Mouriño

«Eres como Juan sin miedo» me dijo el otro día mi amigo Fernando.
Yo me quedé pensando en ello mientras le decía que no, que yo en realidad sí tengo miedo.
No tengo uno, diría,«de hecho, Fernando, tengo varios». Los tengo ordenados en estanterías, como si fuesen libros. Algunos son miedos antiguos, de siempre, otros están menos usados, van superponiéndose y llenando las baldas.
Y justo ahora que atravesamos tiempos oscuros, vendavales, terremotos, tsunamis, granizo inesperado yo ando teniendo algo de miedo. Así que me puse a acomodar la estantería, fijándome dónde estoy poniendo a unos y a otros. Te dejo repasar conmigo:
En la parte alta central tengo los de siempre: la enfermedad, la muerte. En una esquina veo unos que dejé de pequeña: la oscuridad, ir sola a los sitios, perderme en el supermercado. Justo a su lado descansan los adolescentes: pánico a no encajar, a quedarme atrás, a no ser como los demás, a suspender alguna asignatura. Y enfrente me encuentro con los que tienen una portada que todavía brilla, nueva, impecable. Son los de ahora: miedo a no conseguirlo, a no encontrar la manera de vivir como quiero, a no saber exactamente dónde quiero vivir, a la vejez. Miedo a no lograr lo que sueño, a equivocarme.
Los miedos existen porque nos ayudan a sobrevivir, me digo. Son buenas alertas, activan las piernas para correr en caso de necesitar huir. Nos protegen. Está bien tenerlos. Así que me pongo a repasarlos con los dedos, los miro de reojo. Son de colores variados, algunos son más grandes, otros son apenas un cuadernillo más breve. Y es entonces, y no antes, cuando jugando al ejercicio del orden, sentada frente a esa estantería llena de miedos, me di cuenta de que ellos no se van a ir nunca del todo. Que podré jugar a colocarlos en distintos lugares, a olvidarlos. Pero vendrán otros, siempre vendrán otros.
Decía Ambrose Redmoon, un escritor y activista estadounidense que “el coraje no es la ausencia de miedo, sino el juicio de que hay algo más importante que el miedo”, una frase que con el tiempo se ha parafraseado en una expresión que quise anotar: «El coraje no es la falta de miedo, es el miedo en movimiento.»
Las cosas pasan cuando te mueves. Moverse no siempre es garantía de éxito pero sin movimiento no se genera la magia.
Así que me propuse hacer algo: añadir otros libros a la biblioteca que estaba cuidando. Hacerme cargo de la estantería, empezar a sumar otros ejemplares. Agarrar cuadernos en blanco y rellenarlos con atrevimiento. Dejar de luchar por quitar y lanzarme a construir. Armarme de valor y practicar la valentía como quién practica un idioma, artes marciales o una receta nueva hasta que le sale.
Construir mi estantería, no dejar que se llene sola.
Porque el miedo sirve para sobrevivir, pero la osadía sirve para vivir.
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Sobre el autor

Carla Mouriño
Mitad española, mitad argentina. Periodista y escritora, lleva años viajando por el mundo mientras trabaja y escribe. Tiene una newsletter semanal para hablar de cualquier cosa, de lo que sí y lo que no, de lo que atraviesa. Escribe una columna de amor moderno en Sustrato y de viajes en Condé Nast Traveler. Autopublicó su primer libro: ‘Días ridículamente normales’. Si le preguntan qué hace dice que en realidad todo se resumen en documentar la belleza cotidiana. Que la hay. Un martes también.
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