Por Maurie Franco
Crecí con el lema que “ser fuerte es no llorar, no demostrar debilidad alguna, aprender a ver el lado positivo de todo, aún de las cosas más detestables, como símbolo de fortaleza emocional”. No sé si lo que me decían era cierto, pero aprendí a guardar un montón de sentimientos en mi interior.
Cuando era adolescente y cometía alguna burrada todos decían “es que está enamorada.” La verdad es que no, uno puede cometer semejantes barbaridades sin siquiera sentir algo (sea amor o desprecio) hacia otras personas. Pero la verdadera pregunta es ¿en qué momento nos volvimos tan insensibles para decir que el amor nos hace torpes? No, a mí el amor no me ha entorpecido, es más, me ha ayudado a desempeñarme mejor en el ámbito laboral y mi rendimiento se ha multiplicado.
El amor no es el revoloteo de las mariposas en el estómago, se trata de admiración y silencios que no incomodan. Sí, de eso.
A lo largo de mi vida he compartido con varias personas; sin embargo sólo de dos me enamoré.
El primero fue cuando tenía 23 años, me sentí invencible, increíble y fui feliz. Distintas circunstancias nos separaron. Sinceramente, mientras escribo de ésta relación no recuerdo todos los detalles, pero sí de lo doloroso que fue esa separación; lloré mucho y siempre en silencio, buscaba todas las formas en las que nadie se diera cuenta de cómo me sentía, porque era mi dolor, era mi amor el que se había ido. Y aunque muchos digan “ánimo, que habrán más personas” era ese MI ser favorito.
Con el tiempo me di cuenta de que tenían razón, que llegaría alguien que me haría sentir emocionada al verlo, sentir mariposas en el estómago y amar los silencios. Dos años después lo conocí, y llenó mi vida de otro tipo de felicidad, pues sentí calma, tranquilidad y sostenibilidad. Ni todos los estereotipos que suelen estar, ni todos los memes que solían poner en redes podían explicar exactamente lo que he sentido por él.
Él, el genuino deseo de estar con alguien, no sólo por lo bien que se siente, sino porque un poquito de ti está ayudándolo. Por el legítimo interés de que esté bien para ti y para todos. Ese hermoso deseo de querer compartir con él hasta los silencios que solían ser incómodos con otros, acá se convertían en paz.
¡Me enamoré!, me enamoré perdidamente. No sólo le abrí mi corazón, también lo convertí en mi refugio, mi hogar y en aquella familia a la que se elige. También aprendí a amarlo con la mente; sí, porque no sólo quise atraerlo, sino aprender a conocerlo y comprender que es perfectamente imperfecto, y eso lo hace el humano más hermoso para mí. Él hizo que todas las personas a las que he conocido sean insignificantes a su lado. Él hizo que aprenda a querer lo diferente, porque somos muy diferentes. Él me hizo entender que no era necesario ser parecidos para amarnos con locura; que el ser humano es más complejo y hermoso de lo que hemos creído, que si no aprendes de ese ser, no puedes decir que lo amas; pero sobretodo, me enseñó a enamorarme de sus defectos.
El amor no es problemático, no se trata de ver los defectos y ponerlos como virtudes. ¡Nada de eso!, se trata de aprender a manejarlos y saber cómo sobrellevarlos con tu carácter, saber cuándo ceder y cuándo no.
Me enamoré, pero ya no está, y el dolor es más grande que un nudo en la garganta; es una esfera vacía en el pecho, como cuando me dijeron que mi hermana falleció. No me acordaba la fuerza con la que se amaba ni lo doloroso que es saber que ya no estará. Pero él no murió, sólo decidió hacer de su ausencia el silencio más incómodo de mi vida.
Usualmente cuando terminaba una relación, podía seguir con mi vida en poco tiempo; me sentía triste en la noche, caminaba, buscaba catarsis, y en un par de días estaba como si nada. Podía salir con mis amigos, hablarles eventualmente de ellos sin entristecerme por ello.
Hoy lloré en la ducha una y otra vez, durante el trabajo y caminando por el parque al detenerme en cada banca. Antes, me había dolido que me hayan dejado, pero esta vez, me partió el corazón, como si fuera una taza cayendo hacia la acera rompiéndose en mil pedazos.
No sé si es definitiva su partida, solo sé que nunca me había sentido así. Cuando estoy “tranquila”, me siento sedada o en piloto automático. Lo que antes era brillo en los ojos, hoy son lágrimas junto con mi nariz roja, y no es rubor.
Cual oráculo, hoy tengo en mi mente las palabras de Rosa Montero que leí hace dos semanas antes de terminar:
“Qué pena que olvidé que podía perderte. Si hubiera sido consciente, te habría querido no más, pero mejor. Te habría dicho muchas más veces que te amaba. Habría discutido menos por tonterías. Me habría reído más.”
Esta vez no oculté mis sentimientos y me mostré tal cual soy. Sí, valió la pena. Con todas mis fuerzas y mi ser, diría que sí, que también me lastimó, sin embargo fue una de las mejores decisiones de mi vida. Ahora, todos los paradigmas con los que crecí se desvanecieron.
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Sobre el autor
Maurie Franco
Miembro de Global Shapers Guayaquil.
Escribo por cataratis. A veces hater. Directora de Bastiat Society.