Por Vielka Jimenez

¿Y al final qué?
Al comienzo, todo se vivía como una gran apuesta a lo desconocido. “Chico conoce a chica” y, luego de esto, ¿qué venía?
El inicio del primer encuentro, después de haber atravesado los incómodos “¡Hola!
¿Cómo estás?” por medio de mensajes. Ahora, querida, te lanzabas al vacío, pero con ese “hola” frente a frente; sin poder mirarlo, en primeras instancias, a los ojos por temor a que leyera y viera lo que ya le habías contado entre mensajes.
Ese primer encuentro, después de habernos desnudado el alma por mensajes, comenzando por la charla trivial hasta ahondar en esas conversaciones que, usualmente, en tus sueños tienes con alguien de confianza; donde están tomados de la mano, en voz baja, recostados… ya era tarde.
Le habías abierto tu alma a través de unos mensajes que comenzaron solo como trivialidades, pero ¿valía la pena haber abierto tu alma así?
Ahora lo sabrías, ahora lo tenías frente a ti. Eso era aquello que tanto querías y, al mismo tiempo, tanto temías.
El miedo a que esa química que había en esos mensajes intercambiados no fuera real, esa temida intimidad que había sido descubierta comenzando con hablar trivialmente desde un “¿qué haces?” hasta detallar el “¿por qué lo hacías?” y el “¿cómo lo hacías?”. ¿Sería suficiente? Tenías tu momento de verdad.
Tus gestos te delataban; ya no eras tan valiente como a través de unos mensajes.
Estabas frente a quien le habías desnudado tu alma, contándole qué anhelabas y qué te asustaba. Aquella confianza de no ver reacciones y solo emoticones a través de detalles de cosas que le contabas y él, asertivamente, te brindaba la comodidad de ser tú; sin esa máscara que tanto tiempo habías pulido y construido, que resultaba tan perfecta. Él la había removido como una brisa fresca. Estaba ahí, justo frente a ti. Lo que anhelabas… o al menos eso creías.
Después de unos minutos, al final, pudo levantar tu barbilla y hacer que lo vieras a los ojos.
Al final, era mejor de lo que anhelabas. Que haya leído tu alma no solo por
mensajes, se sentía más cómodo ahora que lo hacía a través de tus ojos.
Todo eso que le habías contado de tu mundo, querías que lo viviera contigo; una parte de ti lo necesitaba.
Al final, todo valió la pena. Quizás no era un “para siempre”, pero representaba tu ahora; un presente que, aunque fuera un instante, lo había valido.
Y, al final, tu ahora se veía prometedor y sin miedos.
Y, al final, sentiste paz al ver esos ojos.
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Sobre el autor

Vielka Jimenez
Me gusta pintar fuera de las líneas, más que actitud todo está en la variedad de conocimiento.
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