Cuando terminé de leer el papel, el mundo no dejaba de dar vueltas. No entendía nada de lo que esas letras decían y mucho menos que hacer con ellas. Alcé la vista hacia la fotografía de mi esposa intentando encontrar consuelo en ella, muchas veces ver su mirada cálida me reconfortaba, pero esta vez, no funcionó.
Angélica, ¿Qué voy a hacer? – susurré. Arrugué la hoja y la dejé sobre la mesa de madera ya descolorida por el paso del tiempo. Tomé mi boina y decidí buscar respuestas.
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